miércoles, 19 de diciembre de 2012

MEMORIA ECLIPSADA

El 18 de julio de 1860 con motivo de un eclipse solar se dieron cita en Vitoria, en la que posteriormente se denominaría Plaza de los Astrónomos, un gran número de estudiosos de esta ciencia, pertenecientes tanto a delegaciones nacionales como extranjeras. A pesar de que el eclipse recorrió toda la nación, fue escogido este emplazamiento por ser el lugar óptimo para su observación.
Con la intención de conmemorar tan exitosa reunión, el Ayuntamiento de Vitoria-Gasteiz encargó al artista de nacionalidad francesa Carlos Imbert un monumento que se situaría en el lugar exacto donde se dio el encuentro.
No era la primera vez que se contaba con él para realizar labores artísticas. De hecho, fue director de la   Academia de Bellas Artes de Vitoria, además del escultor encargado de numerosas obras de la Diputación, como pudieran ser las esculturas de Prudencio Maria Verástegui y Miguel Ricardo de Alava o los escudos de las cuadrillas alavesas en los dinteles de las ventanas que se disponen en la fachada principal del palacio provincial.
Pese a haber nacido en Francia siempre estuvó vinculado a Álava. Contrajó matrimonio con Cándida Aranguren Arberas, natural de Abornícano, juntos tuvieron cuatro hijos varones y una mujer, Daría, que continuó su labor docente en la Academia de Bellas Artes de Vitoria. Es además la única que contrajó matrimonio. Estas nupcias le servirían a Carlos para establecer vínculos con la influyente familia Aspiazu, pues su yerno sería Joaquín Aspiazu Sáenz.
Sabemos que fue un hombre de enormes inquietudes, ya que no sólo destacó en escultura si no que fue también pintor, músico, mecánico y matemático. Por ello no es de extrañar que se le encargase el proyecto conmemorativo de un hecho de naturaleza científica.
El autor no se conformó con proyectar una escultura sino que creó toda una escenografía. Consistiría en una plaza circular rodeada de cuatro bancos, en cuyo centro se erguiría la estatua conmemorativa de planta cuadrada. Los cuatro bancos bien podrían remitir a los cuatro puntos cardinales.
En el proyecto, el cuerpo principal se situa sobre un podium escalonado. Éste cuerpo estaría dividido en dos partes con una cornisa volada. La parte inferior, en la cual se insertarían las inscripciones que no se llegaron a determinar, a excepción de unas alegorias que encabezarían cada placa, tendría planta cuadrada. La parte superior, a modo de columna clásica truncada, tendría decoración de estrellas en la parte alta.
El conjunto se remata con un globo terráqueo que sería de hierro colado, al igual que las placas conmemorativas de los cuatro lados del cuerpo inferior.
El problema, como en otros casos, no fue otro que el dinero. El proyecto de Carlos Ymbert tenía un coste total de 13000 reales. Esta cantidad una vez enviada el acta a la Diputación, resultó excesiva. No obstante, se decidió mantener en la memoria de los vitorianos y vitorianas este acontecimiento, aunque esta vez con una pieza mucho más sencilla y de un coste de 3000 reales, como dicta el acta de marzo de 1861.
El resultado final es un monolíto piramidal de piedra poco tratada que no ha conseguido del todo perpetrar el hecho científico, ya que sólo de cerca y salvando las pintadas se puede leer "En este terreno se situaron las misiones científicas enviadas por diferentes naciones para estudiar el eclipse total de sol que tuvo lugar el 18 de julio de 1860"
Texto de María Gómez de Segura Arenas y Carmen Oviedo Cueva aparecido en la revista Sans Soleil Número 1 Año 2009

domingo, 30 de septiembre de 2012

sábado, 7 de julio de 2012

RECUERDOS DE BAILABLES Y OTROS MENESTERES

La Verbena Tradicional del dia 17 de mayo nos va a servir, entre otras cosas, para mantener vivo el recuerdo de lo que fueron los bailes del ayer en una provincia y una ciudad que eran habituales en animar a sus paisanos al buen hacer de la danza en tiempos revueltos.
Sólo hace falta cerrar los ojos para echar la vista atrás, cambiar el vestuario, los peinados y meterse de lleno en lo que eran los lugares de moda de una creciente Vitoria-Gasteiz, una vez superada la centuria del siglo XX.
"La Florida", "El Casino", "El Frontón", "El Canciller", "El Circulo" o "La Peña" eran los lugares oficiales del bamboleo. Hay quienes recuerdan la primera sala de fiestas de la capital, "El Monte Azul", en el entorno de José Lejarreta. "La Koqué" también forma parte del inconsciente colectivo.
Pero la cosa iba por categorias. Los bailables de "La Florida" se consolidaron como los más populares para toda clase social. En aquellas citas, los grupos de amigos y amigas solían hacer las quedadas alrededor del Rey Godo de turno, que bien podía ser Ataulfo, Ludovico o Recaredo. "El Casino" era un lugar de bailes para pobladores más "distinguidos", y aún había otros más "clasistas" como "El Circulo".
"La Peña" estaba inicialmente en la calle Dato, encima del Suizo, y se iba con traje de noche. Luego llevaron la sede al alto de Uleta, a unas instalaciones en las que siguen reinando las pistas de tenis, que en su día vino a inaugurar un deportista de moda, Santana. ¡Qué decir de "El Frontón"!, en la calle San Prudencio. Lugar en el que era figura habitual el "bastonero", la autoridad vigente, que se cuidaba muy mucho de que las parejas se pusieran un poco melosas.
"Había mucho control social entre la gente, que si ésta es una fresca, que si aquél es muy lanzado", comentan algunos asiduos. "Es que, entre los candidatos, había gran parte de seminaristas. Y mucho militar", rememoran entre los asistentes.
Las mayores añoranzas son para los jóvenes, chicos y chicas de la época, que disfrutaban como nadie de estos animados eventos que sirvieron a modo de entretenimiento, en unos tiempos en los que había pocas cosas que tuvieran que ver con el ocio.
Entre baile y baile, miradas, conversaciones y otros primeros pasos de conocimiento surgieron un montón de parejas que luego pasaron por boda y familia. Sin embargo, otras parejas ya vinieron casadas a una ciudad en la que emergía la industria y que pasaron antes por la vicaria que por la psta de baile.
Qué recuerdos de los pueblos de la provincia y aledaños. Allí se bailaba en el frontón del lugar en cuestión. O en algún almacén disponible para tal fin. Las plazas eran otros de los lugares comunes para el bailoteo, quizá el más utilizado. Era el preferido por nuestros padres, porque así se podían permitir el lujo de no quitarte ni ojo. Y es que, el control religioso estaba muy metido en el entrecejo y no se podía organizar sesiones de baile en cualquier sitio.
En poblaciones como Elciego, había incluso una banda fenomenal, que ponía notas en directo a tanto cuerpo rumboso. Entre medias los músicos iban a merendar, y no faltaba el buen "vinico", con lo que las segundas partes eran más alegres.
En otros sitios próximos como Bergara había una orquestina y un orfeón para fiestas especiales. En la Enparantza había incluso raciones de "baile de suelto" que hacía las delicias de "caseritos" y "caseritas".
En toda la provincia y otros muchos lugares del País Vasco eran celebres las romerías, de tradición religiosa, pero que se aprovechaban también para montar el habitual baile de turno.
Hay quienes rememoran las mejores fechas del año para bailar en la capital vitoriana. Para muchos, las mejores fiestas de la ciudad para mover el esqueleto eran las de las calles San Antonio y la del día de San Cristobal, cuya verbena se hacía en la calle Olaguibel todos los 10 de julio.
En San Juan de Arriaga, a su vez, se hacían bailables de categoría. Eso si, siempre y en todo lugar, las "manitas" debían de estar en su sitio, y el roce debía de ser mínimo para mantener la buena compostura de los tiempos.
Cada uno llevaba, de lo que podía, sus mejores galas. La mejor ropa se reservaba para presumir en aquellos bailes encantadores, de romances y calabazas por igual.
¡Y qué calabazas! ¡Pero es que siempre venían a buscarte los más pelmazos!, rememoran algunas criticas de aquel entonces. Con algunos tenían que emplear la estrategía y decirles: "No mira, majo, que esto es una habanera y no bailo. Como no te entendian te dejaban en paz".
Los chicos del ayer alegan que "ellas esperaban sentadas que fuésemos nosotros losque les invitaran a salir a la pista y, muchas veces, para llegar a la que tenían echado el ojo, tenías que pasar primero por todas sus amigas".¡ Y qué pisotones! De unas y otros. Sobre todo de los más torpes, claro.
La programación oscilaba y variaba según la ocasión. En "La Florida", por ejemplo, los jueves de 19,30 a 21,30 -desde el día de Pascua hasta el de Olárizu- la Banda Municipal tocaba tres bailes seguidos, que bien podían ser un tango, un vals y un pasodoble. Después paraban, venía el descanso, y los allí congregados aprovechaban para dar una vuelta por los alrededores. Luego venían otro trío de bailables, seguidos de una nueva porción de parada y tres melodías finales, en los que no faltaba la jota, antes de regresar cada uno a su casa. Y Dios en la de todos, como rezaba el dicho de marras.
¡Bailes, qué lugares! "La Blanca" fue un centro de juventud detrás de paragüería Albareda, al que se acudía con devoción. También eran muy visitadas las piscinas de Judizmendi, con su típica exhibición de bailes acuáticos. El que más o el que menos intentaban hacer ronda y recorrido de baile en baile y, asi, continuar la fiesta.
A partir de los años 60, la oferta se incrementó y eran muchos los que incluso se acercaban en tren o en autobús hasta Miranda.
Las fiestas de las vecindades también eran un lugar propicio para el baile. Las Virgenes de La Blanca, La Vega y Santa Ana -en La Correría- tenían el suyo propio, en el que se bailaba desde un "agarrao" hasta "La Raspa", "fox lento" o lo que se terciara. En cada Vecindad se elegía a una Miss. Varios recuerdan a las espectaculares "Miss Gasolina", que se elegían en la "Fiesta de los chóferes".
Hoy, sin duda, es lugar para la memoria, pero también para el disfrute.
¡Que ustedes lo recuerden, y sobre todo, que lo pasen bien!
Sacado del fancine elaborado por los grupos de encuentro y de tertulias periodísticas de los CSCM Arana, Los Herrán y Txagorritxu

domingo, 22 de enero de 2012